La llama encendida de la conciencia: después del 26 de mayo

Por Aviud Morales

“Dios nos ayude porque se está enseñando a una generación a quedarse de brazos cruzados, sin propuestas, sin aportes, rendidos y, peor aún, impidiendo el análisis crítico y la oportunidad de errar pero avanzar”. Esta reflexión, nacida en oración y conciencia luego del reciente proceso electoral, no es una queja, sino una advertencia.

Se está instalando en Venezuela una pedagogía del conformismo. El joven ha sido despojado de su capacidad de análisis, de su anhelo de construir una patria digna. Hoy se le enseña a seguir ciegamente al que más grita, aunque le falte claridad o principios, o a resignarse ante el poder, aunque sepa que no hay justicia.

No hubo ganadores. Solo un país herido. Perdió el niño que sueña, el anciano que espera, el trabajador que resiste. Ganaron el insulto, la desunión, la frustración, el desencuentro. Se impuso la lógica del miedo, del engaño y de la oscuridad. Como dice el profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz!” (Isaías 5,20).

Hoy no se premia el compromiso, sino la rendición. No se honra al que sirve, sino al que grita más. Y sin embargo, como proclamó con pasión el reverendo Billy Graham: “Cuando un hombre tiene el fuego de Dios en su interior, no puede quedarse callado. No puede estar quieto. No puede pasar desapercibido. El Espíritu lo mueve a actuar, aunque tiemble”.

Por mi parte, seguiré siendo como el colibrí en el incendio de la selva, llevando mi gota de agua para apagar el fuego, no porque crea que puedo salvar la selva solo, sino porque no puedo quedarme con los brazos cruzados. Lo haré para estar en paz con mi conciencia, fiel a Dios, responsable con las generaciones y conmigo mismo.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en su artículo 2, establece que “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores la vida, la libertad, la justicia, la igualdad…”. ¿Dónde quedó ese pacto? ¿Quién lo defiende hoy?

Levanto también mi voz por los privados de libertad por pensar distinto. Exigir su liberación no es un gesto político, es un imperativo moral. Lo consagra la Carta de los Derechos Humanos y el Pacto de San José, que prohíbe expresamente la detención arbitraria de ciudadanos por razones ideológicas (Artículo 7).

No es momento de callar. No es hora de temer. Es tiempo de encender las conciencias con amor, firmeza y esperanza. Como nos recuerda la Palabra: “Y no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6,9).

Oro, sí. Pero orar también es resistir. También es actuar. Venezuela necesita líderes que lloren con su pueblo, que luchen sin miedo, y que, en lugar de repetir consignas, enciendan llamas de dignidad.

¡Dios bendice a Venezuela!