A 159 años de la muerte de Don Andrés Bello «la totona» sigue vivita y coleando…
Por Luis Carlucho Martín
Un día como hoy, hace 159 años, murió en Chile, don Andrés Bello, el insigne maestro del Libertador, quién mostró parte de su inteligencia al adaptar y popularizar una de las palabras que, sin dudas, más paladares ha empalagado, saciado y agradado. A pesar de que un influencer negacionista publicó un video de desmentido, fue el insigne maestro del Libertador quien bautizó a uno de sus dulces preferidos con el suspicaz sustantivo “totona”. Palabra que evidentemente no inventó, pero le dio un interesante significado y sentido de tentador uso… Y como es un cuento, te lo cuento.
El caraqueño, nacido el 29 de noviembre de 1781, según cuentan, fue tan fino en política exterior como en artes culinarias y repostería. Dicen que fue un empedernido comedor de dulces. Su preferido, de acuerdo con el investigador José Agustín Catalá, era uno a base de pulpa de naranja, toronja y nata que, al enfriarse se cuajaba con irresistible textura entre gelatinosa y carnosa; manjar nacido de la inventiva de una joven dama holandesa, de llamativos ojazos verdes, llamada Mathilde, que por su donosura fue pretendida, y lograda, por la agitada líbido del ilustre sabio.
Sucede que el hijo de Bartolomé Bello y Ana Antonia López, a sus 33 años, en 1814, se casó y tuvo tres hijos con la veinteañera Mary Ann Boyland, quien falleció siete años más tarde. En 1824, Bello con 43 años, contrae nupcias con otra veinteañera, Elizabeth Antonia Dunn, con quien pasó el resto de sus días junto a sus nuevos 10 hijos. Fueron 13 en total. Prolijo en asuntos reproductivos. Lección posiblemente transferida a su alumno pródigo, Simoncito. Nadie lo sabe.
A pesar de la historia, algunos niegan que el intelectual criollo tuviese un atormentado corazón, como si esa vaina fuera un pecado mortal o le restara méritos y conocimientos al autor de «Silva a la Agricultura» y de «Gramática de la Lengua Castellana», entre otros exquisitos textos.
Diversas versiones aseguran que para proteger su segundo matrimonio, sin renunciar a su furtiva infidelidad, Bello, como un alfa en su apogeo, inventó una especie de clave o moderno password. Al llegar a casa, aparentemente extenuado de sus cotidianas faenas políticoeducativas, pasaba directamente a la cocina donde laboraba la hermosa criada de los Países –e instintos– Bajos, y le decía, “Quiero totona”. Aquella era una insustituible y muy necesaria orden culinaria, porque de eso se trataba.
Para todo el entorno, aquella petición era una confesión de antojo del embriagante postre. Para él y su rubia amante, se trataba de eso, de aquello, de lo suyo, de su intimidad…que, por modismo de nuestra caraqueñidad, pasó a ser sinónimo de vagina, con significado de peligroso pero tentador postre que a través de la historia, de su historia, ha requerido de una serie de recetas, inversiones, recomendaciones, compromisos, promesas y permisologías, de acuerdo con las normas de la sociedad, con las intenciones, con el estado civil y con la edad y el apetito de los comensales…y que a pesar de su comprobada etimología venezolana, ha generado y acabado vidas, ha causado llantos y sonrisas, y se ha mostrado como una fortaleza –o una debilidad– para consolidar –o destrozar– hogares y familias de todo el mundo, según la acera por donde transite.
¿No lo cree usted? Fíjese qué sucede con la famosa Catalina. No es una chocha sino una cuca. ¿O no?
Por eso y por más, hoy cuando se conmemora otro año de la muerte del erudito que le dio sentido a tan apetitoso y pecaminoso término, «la totona» está más vigente que nunca, liderando movimientos de avanzada, dando fuerza al feminismo y como símbolo inequívoco de espacios conquistados y merecidos por la mujer moderna. Viva la breva, dicen en mi pueblo. Viva la totona, carajo!!!