Por: Alfredo Iglesias Fernández
a confrontación política entre el líder opositor Alberto Núñez
Feijoo (PP) y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez
(PSOE), no da lugar a treguas y promete llevarse por delante
cualquier viso de respeto con tal de arrinconar al contrincante.
Lo último, y no por ello menos absurdo, es la propuesta del
Partido Popular ante un Congreso variopinto e insípido, instando
al Gobierno a reconocer al ciudadano Edmundo González Urrutia
como presidente electo de Venezuela.
No por ridícula, la propuesta deja de generar peligro. Una vez
más, parece que el caudillo gallego patea las piedras en plena
avenida sin sopesar las consecuencias de su acción e ignorando la
presencia de inocentes transeúntes.
Feijoo intuye que su genial idea pondrá contra las cuerdas al rival.
Pero, como siempre, se equivoca al ignorar las circunstancias.
Es evidente que los errores cometidos por la Comunidad
Internacional en el caso Guaidó, pesan sobre la conciencia de unos
dirigentes que asumieron, como si de un concurso se tratase, que
podían reconocer a Charles Manson como Papa si así les venía en
ganas, porque eran el máximo exponente del poder europeo.
Tras el ridículo de su gestión y el agradecimiento eterno del
político guaireño a quien aseguraron su futuro económico, la
mayoría de estos personajes aprendieron la lección y ahora
prefieren, cautelosamente, mantenerse al margen del enrevesado
escenario político venezolano.
Sin embargo, el político gallego, cuyo liderazgo quedó en duda
durante la campaña electoral, visiblemente golpeado por el
socialista Pedro Sánchez en los debates, pretende resurgir de sus
cenizas interviniendo en un país al que, además, unen lazos
irrompibles de emigración e inmigración post generacional y
reivindicativa.
Son muchos los intereses comunes entre dos países
independientes, pero de similar habla y costumbre. Si a ver
vamos, es Galicia, junto a Canarias, el gran túnel de contacto entre
las gentes que habitan ambas naciones y son incontables los
negocios y acuerdos que mantienen el histórico lazo.
Que Núñez Feijoo pretenda, por un capricho personal contra
Pedro Sánchez, utilizar la política venezolana para su propio
beneficio, dañando el bienestar de miles de sus paisanos que
hacen vida en Venezuela, demuestra, sin lugar a confusiones, que
este veterano demagogo antepone el objetivo de defenestrar a
Pedro Sánchez por encima de cualquier bien común o, incluso, de
la más elemental diplomacia.
La reacción de Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea
Nacional Bolivariana, fue, quizá, un tanto fuera de tono. Ante la
insensatez de PP y Vox, debió mostrarse más sereno en su
discurso. Sobre todo, porque creemos que la acción del Congreso
español no tendrá consecuencias que lamentar, más allá del
malestar y la preocupación causada sobre todo a la población
española en Venezuela y a sus descendientes.
Dudamos que vaya a haber rompimiento de relaciones e incluso
nos atrevemos a asegurar que el Gobierno español rechazará la
moción del Congreso arguyendo el fallido precedente sentado en
el caso Guaidó.
Sin embargo, sería bueno que España y el resto de los países con
ínfulas de guardianes universales, entendieran, de una vez por
todas, que cada conflicto debe resolverse internamente y que los
países están en capacidad de lograr un futuro mejor sin sus
consejos e intervenciones.
Así como nadie se mete en los conflictos internos de España,
Francia, Alemania, Estados Unidos, China o Rusia, por mencionar
algunos que tienen sus propios problemas políticos, creemos que
los países de América Latina tienen el derecho a decidir su
porvenir sin absurdas injerencias que son más el producto de
intereses particulares que el anhelo de alcanzar el bienestar
universal.