Por Luis Carlucho Martín
Qué suerte la de los alumnos que cursaron biología entre los años 70 hasta inicios de los 90 del siglo pasado en el Liceo José Ángel Álamo –y seguramente otros planteles– porque la profesora Luz “Trinita” Ascanio los llevaba bajo cualquier excusa a constantes visitas dirigidas al Jardín Botánico de Caracas, enclavado en los terrenos de la antigua hacienda Ibarra, perteneciente a la Universidad Central de Venezuela.
Más que suerte, privilegio. Porque el Jardín Botánico de la UCV, el primero del país en su clase, es solo comparado por su variedad y los servicios que debe brindar a la comunidad –a pesar de ciertas desatenciones– con su hermano mayor, el bicentenario Jardín Kew de Londres, actual centro de altos estudios de jardinería y principal productor de todo tipo de semillas del mundo.
Nuestro Jardín Botánico de Caracas, JBC, creación de vida para la vida, nació del empeño de un trío dinámicamente entregado al estudio de la flora y la promoción de su conservación: el doctor en medicina Tobías Larssen, el horticultor suizo August Braun y el jardinero criollo Pedro Naspe. Una trifecta ganadora –como diría un furibundo hípico– que abrió las puertas de su maravillosa obra, en homenaje a la naturaleza, justo en 1958; es decir, trece años más tarde de ellos haber dado los primeros pasos para su inauguración.
Se trata del mayor reservorio de la flora nacional, en medio de la contaminada y abusada –desde lo ambiental– capital venezolana, que hace contrastar su esplendoroso verdor para destacar entre la selva de cemento que traza los límites de las 70 hectáreas de homenaje a la conservación, con la autopista Francisco Fajardo –ahora Gran Cacique Guaicaipuro–, el Parque Los Caobos, que observa pasivo desde la ribera opuesta del río Guaire, que vigila esa frontera.
Su evolución
Seguramente, como la profesora Luz hubo y hay tantas y tantos otros. Una bendición para ese alumnado que tuvo la oportunidad desde tempranas edades de tener contacto de sensibilización con la naturaleza.
Aún es una apuesta de sumar a favor de los movimientos y consciencias conservacionistas y de apoyo al ambiente, que figura como uno de los objetivos primordiales de la actual Fundación Instituto Botánico de Venezuela (FIBV), rector de los destinos del sitio gracias a un decreto fechado el 20 de diciembre de 2000, cuando se formaliza su adicionamiento a la UCV, luego de que fuese proclamado Parque Nacional en 1969 y Fundación independiente desde el 9 de mayo de 1991.
La Unesco decidió –por su importancia para la sociedad, además de sus aportes en materia de estudios de grado y posgrados, no solo en el país sino a manera de asesorías internacionales– otorgarle el grado de Patrimonio Cultural de la Humanidad al JBC, como parte de aquella moderna Ciudad Universitaria.
De todo y para todos
Este privilegiado espacio se ha ido adaptando a las necesidades de la urbe que lo alberga y se ha diversificado en cuanto a funciones y aportes, sobre todo a quienes estudian biología e incluso farmacia, debido a la gran cantidad de plantas que procesan para la extracción de la materia prima que a su vez sirve para elaborar nuevos medicamentos.
En sus instalaciones destaca un gran auditorio –que incluso ha servido para instalar comités organizadores de diversos eventos– hace vida la prestigiosa biblioteca Henri Pittier, que funciona como un Centro de Información y Documentación, especializada en el área de botánica, específicamente en taxonomía y sistemática vegetal, con atención en otras áreas como anatomía, fisiología, morfología, ecología, etnobotánica, evolución, fitogeografía, palinología y paleobotánica y otras.
Además de los consabidos préstamos de bibliografía, la biblioteca ofrece venta de publicaciones, consulta remota a la base de datos a través de bhp.fibv.ucv.ve; así como el intercambio y donación de publicaciones.
El JBC cuenta también con el Herbario Nacional –iniciado en su momento el propio Henri Pittier– que ya alcanza más de 400 mil especies, tanto nacionales como foráneas.
En líneas generales, sumando los otros ambientes que sirven de pulmón a esa zona de Caracas, el JBC presenta al público casi 3 mil especies de unas 200 familias, de las cuales hay equidad entre la flora autóctona y la importada de todas partes del mundo, excepto de Australia, no sabemos por qué.
Aquellas visitas
En las visitas dirigidas los asistentes podrán deleitarse en la biodiversidad reflejada también en los hogares de nuevas especies animales, desde aves hasta exóticos reptiles…
(Más de uno de esos traviesos visitantes de bachillerato se echó su escapadita en pareja para enamorar a su parejita entre el follaje del bosque húmedo tropical, quizás entre la colección de más de 4 mil palmas de toda América o a la orilla de la vistosa e inspiradora y colorida laguna Venezuela. ¿Lo van a negar?)
Hay un sitio dedicado a las diversas especies de orquídeas, a las bromelias –a la venta igual que las palmas– y un bosque xerofítico, con lo cual se garantizan ejemplares del reino vegetal de todos los climas del país.
Hay varias maneras de contactar a los responsables de organizar las visitas dirigidas o simplemente para recibir a los visitantes, con fines recreativos, para clases de botánica o actividades al aire libre, con absoluta seguridad, como yoga o taichí, por ejemplo.
Cuando hicimos esta crónica, en plena pandemia por el coronavirus, varios teléfonos y contactos electrónicos estaban a disposición del público. Ellos son (0212) 2126053/6629254-8566, y a través de @jbcaracas o gerenciafibv@gmail.com. Antes era de martes a domingo de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Consulte a ver si hubo cambios de estos horarios. Vale la pena visitar ese pulmón natural al que fueron y disfrutaron los alumnos de la profe Luz…(QEPD) y otros más.