Parafraseando a Willian Shakespeare, es mejor que un Alcalde entienda su rol histórico y asistencial tres horas antes, que el minuto después del veredicto popular. Esto es, ese reloj, que inexorablemente marcará el tiempo de su reconocimiento, o despedida.
Confesarse y asumirse municipalista no es, no ha sido, ni será sencillo. Pues el tema, en el caso de la mayoría de los burgomaestres, se asume como una trampolín per se, y no como el resultado de poder servir, administrando el erario público y más específicamente, las políticas públicas, para las cuales fueron llamados, y, a hacerlo eficientemente.
Desde mi óptica, hemos fallado en la construcción y fortalecimiento, de la cultura política municipal. Esa que hace posible identificar al doliente de su comunidad, al representante genuino de los intereses más difusos y diversos aunque te tilden de sospechoso, por querer hacer o emprender cosas que los demás eluden. En consecuencia el tejido social es débil y mayoritariamente clientelar, y por tanto, el conglomerado sigue a merced de poderes constituidos, y en las fauces de quienes dirigen rumbos siempre expectantes y sin conclusión certera.
El hombre y su circunstancia diría Ortega y Gasset, y lo complementamos con ideas sobre el ser y su tiempo de Hidegger, para ilustrar ciertas respuestas del individuo o aspirante de perfil o aspiraciones municipalistas. Porque es la coyuntura la que lo moldea o lo ha moldeado dando origen a lo que hoy tenemos.
Siempre he sostenido, que evalúen bien al que se postula al cargo o quiera reelegirse. Y que premien la eficiencia amparada, con una buena dosis de constancia, disciplina y transparencia gerencial. En el municipio nace el estado. Y allí están las raíces originarias, con alcances propios de acuerdo, a su cualidad jurídica, política y ciudadana. Y con menos carga burocrática.
El asambleísmo no es bueno, y más si es recurrente y recursivo, para el logro anhelado, pero no como premisa válida, sino como subterfugio, para hacer que la sociedad funcione.
En clave de Jurgen Habermas sobre la teoría de los intereses del conocimiento, y no como un asidero superficial para demostrar ninguna ilustración académica relativa al tema que nos ocupa, el municipalista debería, en esa idea de reconstruir o encontrarse con su cultura política, manejar: lo técnico, práctico y emancipativo de la tarea por asumir, o de la responsabilidad y obligaciones previa autoridad que le fue investida.
Desde mi mapa mental, no se está haciendo, de manera profunda conceptualmente hablando. Lo cual no significa que no haya interés. En el país hay muestras de ello. Y aquí está el mío. Y siempre con la idea genuina de dar la caña de pescar, y enseñar, y no el pescado, con tostones y ensalada rayada.
Wilmer Rosas