Gardel volvió Catiras a Las Caraqueñas.

Por Luis Carlucho Martín

A seis años del adiós eterno de mi querido tío Edecio Ascanio, vaya este muy especial recuerdo que por intermedio del amor familiar y la nostalgia por su notoria ausencia, une música, historia caraqueña, anécdotas… A manera de homenaje al mejor y más furibundo seguidor de Carlos Gardel que yo haya conocido, Edecio. Un hombre bueno, diáfano, humanitario, amigo, de memoria impecable. Multifacético. Campeón consentidor de todos sus sobrinos y excampeón de ciclismo caraqueño, humilde trabajador, amigo de las copas. Dios lo tenga en especial sitial. En Las Lomas de Urdaneta era el gran “Añejo”. En Altavista era “El Che”, precisamente por su afición gardeliana…Una vez, a finales de los años 70, fue a Argentina. Allá se hizo una foto en el cementerio de La Chacarita, en el mausoleo del zorzal sureño. A su retorno a Caracas le mostró la gráfica a su mamá, mi abuela Lourdes, y le dijo de corazón, “vieja, ya me puedo morir en paz, me tomé una foto con el Maestro”. Pero nadie se muere en la víspera… El Gran «Eto» sigue vivo en nuestros recuerdos. Cada vez que suena un tango por ahí revolotea su jovial espíritu…

Tenían razón todos los que como El Che Edecio Ascanio y Luis Felipe Izquierdo, sin mayores pretensiones más que la de fanáticos, entregaron mucho de su vida al cultivo de la fusión del lunfardo con acordes de guitarras y bandoneones, bajo la interpretación del gigante del canto criollo argentino, globalizado por su osado carisma y talento, que trascendió fronteras, gustos, modas, edades y críticas, el Maestro don Carlos Gardel.

…Cuando el buque Lara atracó en el puerto de La Guaira el 25 de abril de 1935, su pasajero principal no tenía ni la más mínima idea de cómo sería la recepción que le tendría preparada aquella Caracas conservadora y tranquila en pleno período gomecista.

Mayor sorpresa se llevó el Morocho del Abasto, al ver a unas 3 mil personas desbordadas de entusiasmo por estar frente a su ídolo, que acababa de encumbrar más su fama debido a los recientes éxitos en el cine estadounidense y a la excelente promoción radial de sus canciones.

El Zorzal Criollo arribaba al país precedido de esa fama que lo etiquetó como el mejor cantante de tango y que acá en Caracas le anexó, por comprobación de quienes allí estuvieron, una dosis de humildad e identificación con la gente de menos recursos; además de su posición humanista que generó un explosivo comportamiento de masas en el que se conjugaron patologías sociales, histeria, despilfarro, imitación y hasta cambio de modas.

Gardel, cine y moda

La Paramount estadounidense entendió que el francesito (hijo adoptivo de Argentina y pretendido por Uruguay) era una mina de oro andante, un moneymaker pues; por eso le abrió las puertas en su creciente y millonaria industria de las películas musicales, donde, sin dudas, una de las más prestigiadas fue “El tango en Broadway”, rodada en 1934.

Su impacto fue mundial. Venezuela y Caracas –su crisol–, no podía escapar de aquella locura colectiva. Los caballeros rasuraron sus bigotes de patiquines y se colocaron gomina para definir y abrillantar sus peinados, algunos usaron pajillas, trajes elegantes y relojes con leontinas hasta lucir como los dandis criollos. Por su parte, las damas (que acababan de salir de esa escandalosa moda de las bocas de color rojo intenso y pelo cortísimo al estilo Greta Garbo o Marlene Dietrich), abarrotaron los salones de belleza para buscar la nueva base de maquillaje de Max Factor que destacaba tendencias hacia el marrón, verde o plata que daba sensación de piel morena con labios carmesí y cabello estrictamente rubio, porque todas querían ser catiras.

Sucede que el lei motiv de Tango en Broadway fue el fox trout movido “Rubias de Nueva York”, por el cual todas las mujeres (por supuesto, furibundas gardelianas), querían ser como Mery, Peggy, Betty o Julie, las catiras a las que don Carlos cortejó en escena; y qué mejor manera que teñirse el cabello, que se alargaba un poco, mientras que los trajes se acortaban para completar el look con zapatos acondicionados para el baile, lo que construía una sensación de inigualable sensualidad, que sumada a la autóctona belleza criolla sacó a pasear a aquellas divas enfiebradas por el cantante viajero.

Un dato chismoso que se supo luego, es que la cuarta rubia, Julie, en realidad era un famoso travesti paraguayo… ¡Tremendo chasco!

Ídolo de multitudes

Gardel llegó a Venezuela con grandes expectativas ya que su mamá, Berthe, había vivido en estas tierras y uno de sus tíos era un alto funcionario del moderno Gran Ferrocarril de Venezuela, lo que facilitó el contacto con el empresario Luis Plácido Pisarello, quien le preparó una apretada agenda con presentaciones en Caracas, Valencia, Cabimas y Maracaibo, bitácora a la que se anexó una invitación de Juan Vicente Gómez en Las Delicias de Maracay, por la cual recibió 10 mil bolívares que más tarde el “Maestro” donó a la causa de los exiliados del régimen dictatorial.

Reposó en el hotel Miramar de La Guaira y subió a Caracas en el ferrocarril, lo que significó otra multitudinaria bienvenida en la estación Caño Amarillo, frente a la moderna parada de taxis y al bar La Estación, ahora El Gardeliano. En ese entorno se exhibe la estatua que la artista Marisol Escobar erigió en honor a aquel ídolo cantor.

Le contrataron una limusina –según el cronista deportivo Julio Barazarte, conducida por un joven practicante de varias disciplinas deportivas que luego pasó a la historia como uno de los mejores árbitros de beisbol: Roberto «Tarzán» Olivo– en la que llegó al hotel Majestic (ubicado donde ahora se alza la torre sur del Centro Simón Bolívar). En respuesta a aquella histérica colectividad, Gardel prefirió hacerse acompañar de ese pueblo a pie hasta su aposento, en el que otra masa desbordada le arrojaba claveles de Galipán, por lo que, desde el balcón de su habitación en lo más alto, el tercer piso, el afamado visitante hubo de saludar en gratitud por aquella demostración de idolatría.

Ordenó bajar a la mitad los costos de las entradas para que la gente de menos recursos pudiese disfrutar de sus presentaciones en el teatro Principal y el Rialto. Toda la boletería se agotó.

El prolijo escritor Armando José Sequera acotó que «Gardel cantó gratis, para el pueblo, en el teatro Bolívar. Sin dudas. Lo sé porque mi abuela estuvo en esa presentación y así me lo contó», enfatizó el destacado hombre de letras.

Con sus 44 años a cuestas, Gardel debutó en el Teatro Principal el 26 de abril de 1935, donde dejó su sello con los tangos Carnaval, El Carretero, Insomnio, Tomo y obligo, Por una cabeza y cerró con Mi Buenos Aires querido, al que por cierto no volvió a ver…

Luego de recuperarse de una virosis bajo el cuidado del dr Pedro González Vera en el Policlínico Caracas, cumplió con toda su agenda y desde los estudios de Broadcasting Caracas estrenó para toda América la letra de Cobardía, aunque cantó otros éxitos como Golondrina.

Asegura el sociólogo José Escalona: «Mis abuelos contaban que Gardel también se presentó en el cine Riviera de la Av. Principal del Cementerio, donde actualmente funciona el Centro Comercial Ciudad El Cementerio (CCCC)».

Luego de completar su exitosa gira nacional partió a Colombia y el resto ya se sabe. Ese funesto 24 de junio se apagó para siempre su trinar en medio de una confusa tragedia aérea.

Explica doña Antonieta Simoza que «lo de Gardel fue tan arrecho que las mujeres se forraron una muela de oro como él la tenía. Entre ellas mi mamá. Fue un verdadero fenómeno social que alborotó de tal forma a las mujeres lo que propició un muy discreto mensaje de parte del general Gómez para que abandonara el país…»

Así se vivió por estos lados la única visita de aquel gigante que, con premonitorias canciones como Soledad, Volver, Cambalache o Al mundo le falta un tornillo, impuso estructura de tiempos (el pasado es el presente), patrones de conducta e hizo agotar el tinte rubio…