Desastre en Santiago
Santana Jerez Uzcátegui
En la víspera, el viaje a los predios australes fue expectante. La maleta atiborrada de sueños donde se empacó la esperanzas de millones de venezolanos. Para allá viajamos todos ilusionados con catapultarnos a espacios más decorosos que nos permitiera mostrar al mundo nuestras potencialidades, nuestra inteligencia, nuestro dominio y gallardía en una disciplina deportiva que enamora al globo.
En los albores del partido la Vinotinto le sonó la primera diana a Chile que afianzó nuestra confianza, consolidó nuestra ilusión y creímos, en esa ingenuidad del niño, sentado en una piedra, quien mira el río bajar, que el boleto al Mundial de fútbol ya había que comprarlo…
En esa primavera deportiva, en ese éxtasis de tocar las nubes, se nos vino el infierno encima. Perplejos vimos lo ya sabido: un debacle inusitado, las fuerzas fallaron, las tácticas se descuadraron, los objetivos se dispersaron y los resultados se vinieron, cuales demonios aberrantes, contra todos quienes habíamos construído un castillo…, muy lamentable sobre la arena.
Los chilenos fueron de poco a más. Una oncena, soterrada en la tabla clasificatoria, salió del ataúd para humillarnos con un sarao de goles, una cohesión admirable que recordó a los criollos sus tiempos de Cenicienta.
Los australes fueron muchos, fueron más…, fueron todo. Santiago fue un desastre. El vinotinto se derramó dejando a millones de venezolanos sin ese sueño que nos une como hermanos…, aún así, frente al hecatombe: mano, tengo fé.