Por: Dr. Marcos A. Cardozo D.
En un contexto mundial donde los derechos humanos deberían ser el cimiento de toda política, surge un término preocupante: gerontocidio, una idea que parece destinada a desafiar nuestra empatía y valores éticos. Este concepto define la alarmante intención de reducir la población adulta mayor bajo la premisa de que representan una carga para el Estado y la economía. Es una perspectiva que amenaza los principios de dignidad y respeto que merecen todas las personas, especialmente aquellos que han alcanzado la tercera edad.
Los derechos humanos son inherentes a cada ser humano, sin importar su edad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que todas las personas tienen derecho a la vida, a la libertad, y a la seguridad, mientras que principios internacionales como la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores refuerzan que estos derechos deben salvaguardarse aún más cuando se trata de nuestros mayores. Estos derechos no solo garantizan la vida, sino también el acceso a condiciones de bienestar, dignidad y respeto, elementos fundamentales para una vida plena en cada etapa.
No obstante, la ideología que sostiene el gerontocidio ignora estos derechos básicos, sugiriendo que los adultos mayores deberían “darse prisa en morir” para “aliviar la carga” que supuestamente representan. Tales posturas nos llevan a cuestionar hasta qué punto algunos sectores han perdido de vista la responsabilidad de proteger la vida de cada individuo, independientemente de su edad. Esta concepción del adulto mayor como una “traba económica” no solo es despectiva, sino que también representa una amenaza directa a su derecho de vivir en paz y dignidad.
La tercera edad merece nuestro respeto y protección, tanto por los derechos que tienen como ciudadanos como por el legado que han dejado en nuestras sociedades. Cada persona adulta mayor ha contribuido, a lo largo de su vida, a construir las bases de nuestro presente. Ellos son quienes, con sus experiencias y conocimientos, han pavimentado el camino para que las generaciones actuales puedan vivir en un entorno más desarrollado y seguro.
El gerontocidio, en esencia, representa una negación del valor de estas vidas. Para contrarrestar este fenómeno, es necesario recordar que los derechos humanos no caducan con la edad. Al contrario, la vejez debería representar una etapa donde estos derechos se refuercen, protegiendo su integridad física y emocional y brindándoles acceso a servicios básicos como la salud, la seguridad social y un trato digno.
Hago un llamado a la reflexión y a la defensa activa de estos derechos. ¿Queremos vivir en una sociedad que valore y respete a cada persona por lo que es, no por lo que puede aportar económicamente? ¿O preferimos un mundo donde la vida de nuestros mayores se mire con indiferencia, o incluso con desdén? La respuesta está en nuestra capacidad de empatía y en la decisión de garantizar que los derechos humanos sean el principio rector en cada aspecto de nuestra vida en sociedad.
Los derechos de los adultos mayores son derechos de todos. Respetémoslos, protejámoslos, y recordemos que honrar a nuestros mayores es honrar la humanidad misma.