Por Victoria Salinas
El Vaticano, o Estado de la Ciudad del Vaticano, es el país más pequeño del mundo, con una superficie de 0.44 km² y aproximadamente 764 habitantes. Fundado en 1929 tras los Pactos de Letrán, es un enclave teocrático y monárquico absoluto dirigido por el Papa, quien ejerce el poder legislativo, ejecutivo y judicial. Históricamente, el Vaticano ha sido un actor político significativo en Italia y en el mundo, influyendo en la política italiana desde la posguerra. Su patrimonio incluye un 20% de los bienes inmuebles italianos, lo que refuerza su poder económico. Además, alberga importantes tesoros artísticos, como la Basílica de San Pedro y la Capilla Sixtina.
Italia y El Vaticano
La relación entre el Vaticano e Italia ha evolucionado significativamente desde la Edad Media. Inicialmente, los papas gobernaron vastos territorios conocidos como los Estados Pontificios. Sin embargo, la unificación italiana en el siglo XIX llevó a la pérdida de este poder territorial. La “cuestión romana” surgió tras la captura de Roma en 1870, cuando el Papa Pío IX se declaró prisionero en el Vaticano, negándose a reconocer al nuevo Reino de Italia. La situación se resolvió en 1929 con los Pactos de Letrán, que establecieron la Ciudad del Vaticano como un estado independiente y reconocieron su soberanía. A lo largo del siglo XX, las relaciones se han caracterizado por un equilibrio delicado entre influencia religiosa y política, con el Vaticano manteniendo un papel significativo en la vida italiana.
El Pacto de Letrán
Los Pactos de Letrán, firmados el 11 de febrero de 1929, fueron acuerdos entre la Santa Sede y el Reino de Italia que resolvieron la “Cuestión Romana”. Establecieron la Ciudad del Vaticano como un estado independiente y reconocieron la soberanía del Papa. Este tratado restauró las relaciones diplomáticas, que habían estado rotas desde 1870, y otorgó a la Iglesia católica el estatus de religión oficial en Italia. Además, los pactos incluyeron un concordato que definió las relaciones civiles y religiosas, asegurando que la enseñanza religiosa se impartiera en escuelas estatales y otorgando privilegios al clero. Estos acuerdos transformaron la dinámica entre ambos estados, permitiendo a Mussolini consolidar su régimen con el apoyo de la Iglesia.
La obligatoriedad religiosa
Los Pactos de Letrán de 1929 introdujeron cambios significativos en la educación italiana, estableciendo la religión católica como materia obligatoria en las escuelas públicas. Esto permitió la enseñanza de la religión en todos los niveles educativos y la colocación del crucifijo en las aulas. Además, se favorecieron las escuelas confesionales, otorgándoles ventajas sobre las instituciones estatales. El concordato también requería que los obispos juraran lealtad al Estado italiano, lo que reflejó un control más estrecho de la Iglesia sobre la educación y un alineamiento con el régimen fascista.